sábado, octubre 16, 2010

Días de guerra II

Todos los días de guerra son oscuros.
Estos cuchillos van cortando desde adentro hacia fuera. Son punzada y agonía.

Grita secamente, pero el alarido no encuentra al eco. No puede morir ahora, una parte de la tierra le pertenece y él pertenece a una parte de la tierra. Desde arriba los Dioses hacen predicciones, apuestas. En la carne cortada, conoce la sangre. Sabe ahora que esta hecho de vida roja.

Corre, desesperadamente, mientras la memoria se llena de cosas. Las piernas se debilitan hasta quedar flojas y cae. Profunda levedad. Ojos abiertos. Silencioso observa el ardor del metal que lo atraviesa. El frío, el calor del metal invadiendo su cuerpo. Resiste. Ha hecho lo que tenía que hacer. Este fue el tiempo en que le toco existir.

El otro, el enemigo, se acerca. Viene cobardemente, aprovechando una ventaja cualquiera; levantando desde el último metro una lanza, que sin piedad le entierra, otra vez, ferozmente en el vientre. Se retuerce. El dolor máximo escala en sus pupilas. Ofuscación. Descanso.

Vencido, desparramado en el suelo. Pequeños segundos que respiran de a poco. Rápido como la sombra, el enemigo eterno, bando contrario, huye. Escapa para no voltear. ¿Quién queda? Queda él, viendo la figurita que grita su victoria en el polvo. Tatuaje en la retina del alma, que por fin mira, ve al otro partir y en esa última imagen, lo perdona.

Dicen que el odio, nacido de la injusticia, hace a los guerreros invencibles, pero que el amor, hace a los humanos eternos.

Yo no sé, si todos lo días de guerra, son inútiles.